A Tapalpa 2009. Primera parte.

Se trataba de un nuevo reto, no tenía mucha idea de cómo iba a estar y realmente no pretendí hacerme una idea del mismo. Mejor no ponerme nervioso desde el principio. La travesía inicio tranquila, por un camino conocido como es la subida a la Torre 1 y la adrenalítica bajada por el espinazo, para luego enfilar a Mosca, Toboganes y finalmente dejarnos de rodeos y enfilar por Vampiros hacia San Isidro y Villa Corona. Que formidable trecho… y apenas empezábamos!

Fueron momentos que se funden en mi memoria, ir conociendo a un puñado de los que conformaron el contingente. Conocer a amigos de la misma aventura que venían de Michoacán, ir en un mismo camino, cada quien viniendo de tan diferentes historias, anécdotas, tan diferentes razones por las que habían llegado a subirse a la rila, y sin embargo, ahí íbamos todos, con el mismo objetivo… llegar a Tapalpa, disfrutar sobre nuestra bici, platicar con los de costumbre, y sin querer conocer y empapar a otros de nuestros mismos sueños, nuestras razones, nuestras ganas de llegar cada quien por sus medios, cada quien a su ritmo, y al final de la jornada estar juntos compartiendo algo que ya compartíamos desde la misma alborada de esa jornada.

Wow, que paisajes los del bosque, que sensación tan relajada de ir rodando junto a la laguna entre San Isidro y Villa Corona. Atento a las espinas en el camino para no sucumbir temprano a una ponchada… y llegar a Villa Corona, esas latas de atún que saben a gloria… jejeje. Aun y con los perdidos, la espera estuvo bien a la sombra del Pirúl… suena a canción…

De ahí enfilamos por el “desierto”, claro que no es un Sahara, pero cruzar lechos secos, arena blanca, caminos de tierra apisonada donde no veíamos más que matorrales y el polvo que el grupo de más o menos 20 ciclistas levantaba… era una imagen exquisita, como sabernos que durante ese trecho, estaba cada quien con sus propios medios, eso sí, en equipo, pero solos los ciclistas, las bicis y un trecho silencioso, sin camiones, ni autos, ni pájaros, ni el susurrar de los arboles, hasta que arribamos a Zacoalco… (continúa)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *