Atemajac de Brizuela, es un pueblo de montaña enclavado en un extremo de la sierra de Tapalpa. También pudiera ser un pueblo mágico, pero a lo mejor es una ventaja que de momento no lo sea. Lo digo por mí porque Atemajac es un refugio, para los que como yo, preferimos un rincón con el susurro del bosque y el aroma del ocote para diluir el stress de la rutina citadina. Y veo en muchos rostros del pueblo ese gusto por mantenerse así, el polo discreto a diferencia del bullicio que empieza a envolver a Tapalpa cuando los citadinos la invaden cada fin de semana.

Que mejor marco, para que ahora, los caballos de aluminio y hule sean la montura para cruzar los bosques que rodean este pueblo de ensueño. Todo inicia con el cielo al clarear, salimos prestos para ir a los corrales donde se preparan los “pajaretes”, uno “energética” bebida natural; un tarro de barro, (hay de diferentes tamaños a escoger) chocolate, azúcar y alcohol, mezclados tan sólo con la presión de la leche que brota de la ubre la vaca, ahora sí, listos para rodar!
Tomamos el camino al mirador, camino terroso, flanqueado por plantíos que aun no nacen y por bosque que, silencioso nos veía pasar. Cruzamos pequeños llanos dignos de cualquier portada de “National Geografic” o de “México desconocido”.
Seguimos adelante, no sin antes una que otra desviación involuntaria, como la de Paco, que tomó la ruta equivocada. La que bajaba hacia Zacoalco, y en la esperanza del descanso de la bajada le hizo acelerar su bicicleta, hasta que por fin, 5 minutos más tarde pude alcanzarlo y emprender el cansado regreso al camino indicado.

Aquí llegamos casi al cenit del día, y fue también el cenit de nuestra rodada, pero aun faltaba rodar más!
Ro
(Mas fotos en el link en el lado derecho)