Con la vista al horizonte

El horizonte parece llamarme. La bicicleta me trae hasta aquí para poder descubrir esta vista, tan cerca y tan lejos de la sierra. Estamos a tan solo una colina de la ciudad. Apenas hemos rodado unos 15 o 20 minutos y nos hemos detenido a la espera de que otros del grupo terminen de revisar una llanta que se niega a auto-parcharse.

Descubro como las montañas se yerguen majestuosas enfrente de mi, son un bálsamo para mi espíritu. Así como a veces las oficinas, los salones, hacen que nuestra alma y nuestra mente se vean atrapadas, achicadas. Ver este inmenso paisaje, hacen que mi espíritu se expanda, se estire, crezca y se libere.

El viento frío no duele, el cansancio no desgasta. Todo lo contrario, cuando me envuelvo en una rodada el cansancio es relajante y el las agujas de frío son acicate para continuar pedaleando o como en la toma inmediata superior, si las rocas en la subida te la ponen difícil, pues pie tierra y seguir trepando hasta llegar a ese trecho donde el sendero “se aplana” y nos permite volver a montar y empezar a pedalear. El cansancio queda para luego, mientras hay que seguir “empujando” para continuar rodando, seguir disfrutando la ruta y compartiendo con la fiel rila la brecha que nos toca trazar hoy…

… a rodar!

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