Piedra Bola

Hace unas semanas rodaba en misión de llegar y conocer la “piedra bola”, cerca de Tapalpa. Son de esos días que uno se toma (y que deberíamos de tomarnos todos, de vez en cuando) y resultan ser encuentros con uno mismo. Sin afán de encontrar la respuesta última al por qué del universo o de resolver la intrínseca duda de la razón de la existencia de diputados, senadores y fauna afín… Fue un rato que me hizo ver que esos momentos de soslayo y disfrute no deben ser las excepciones en nuestro ajetreado andar diario y rutinario, hemos de convertirlos en parte integral de nuestras actividades diarias, si es que realmente queremos disfrutar de nuestro paso por este plano de existencia.

Pues bien, mucho me habían contado de este rincón, afortunadamente poco conocido de mi tierra. Es un sitio hecho para alcanzarlo sin automóvil. No porque no puedan llegar esas máquinas sobre-valuadas de nuestra “civilización”, sino que vale la pena hacer el esfuerzo ir a pie o montando nuestra bicicleta, así se paladea mejor el ambiente sereno pero pleno del camino que poco a poco va subiendo para rematar con esas rocas como aventadas por algún gigante hace muchos años a la cima de la montaña.

Para empezar, es emocionante ir llegando en bicicleta, y sentir esos últimos “repechos” que se dificultan con la alfombra de piedras en el camino. Voy sintiendo la inestabilidad del rodamiento, que tengo que compensar inclinándome más sobre el manubrio, pero sin levantarme del sillín para no perder la tracción de la llanta trasera, aunque de repente aparece una raíz que me obliga a levantarme en los pedales y casi caigo al derrapar sobre un par de piedras y perder la vertical… pero jalo como puedo el manubrio y salvo el paso sobre la raíz, recobro la tracción. Sigo adelante y finalmente dando una vuelta casi en “u”, veo a lejos lo que imagino es “la bola”…

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Una piedrota!… diría yo mismo hace unos treinta y tantos años… y una escalera, no cabe duda de que estoy invitado a llegar a ella y subir. Pedaleo los últimos metros y descubro lo agitado que estoy después de rodar desde el pueblo a este punto, sumando los últimos jalones que me obligó a realizar la montaña, como si fueran sus últimos esfuerzos para que desistiera de mi idea de llegar a la cima.

Ya aquí me tomo unos minutos para subir por la escalera y rindo tributo a la montaña misma, a la piedra bola y a mi infatigable compañera de rodada de la mejor forma que en ese momento puedo hacerlo, tomando algunas fotos…

Subo la escalera y voy sintiendo el viento que da contra la cima “empedrada”, viento fresco, casi frío. Me tomo la libertad de darles un “spolier” a todos los que me leen y no han ido a la “piedra bola”… es hermoso, es magnífica la vista, es una prueba más de la deslumbrante humildad de la naturaleza que se desnuda ante mis ojos y hace a un lado la timidez para mostrarse grandiosa, elocuente, con la confianza de saberse hermosa y sin contrincante en los alrededores. Me dejo “sin palabras”… simplemente me estuve ahí de pie, con los ojos abiertos como queriendo devorar todo lo que veía, pretendiendo aspirar todos los aromas no solo con mi olfato, sino a través de todos los poros de mi piel, hasta los guantes me quito para alzar mis manos al sol, a los arboles que se alzaban allá abajo, allá enfrente, en las otras montañas…

Así fue…

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Ro

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