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Ruta Wirikuta… final 2019

Justo hemos dejado atrás el pueblo fantasma y ahora nos encontramos con Real de Catorce de nuevo, pero viéndolo desde unos 250 metros más arriba y un par de kilómetros de vacío. La vista es mágica. Atrás de nosotros una de las cimas más altas de la sierra, rematada con antenas de quien sabe qué.

Allá abajo el pueblo, que se ve apacible, la torre de la iglesia erguida como seguramente lo planearon los padrecitos al momento de diseñarla, a su alrededor los caserones, ahora convertidos en hoteles, posadas, fondas, restaurantes, pero sin perder ese aroma de siglos atrás. Sólo ver algún que otro auto nos permite recordar que estamos en el siglo XXI. Más atrás, entre las montañas se ve el altiplano potosino, lo que me parece es el poblado de Estación Catorce y carreteras que llegan y salen hacia varios puntos siguiendo un trazado recto que simulan una gran cuadrícula en el lejano valle.

 

Ver a mis compañeros de barredora me saca de la contemplación y me detengo para ver que la cadena de la bici del Hojas se ha atorado casi hasta la fundición con el cuadro. Nos llevo casi diez minutos, y cuatro pares de manos al unísono poder destrabar los eslabones que parecían esos perrillos melosos en una calle haciendo ya saben que… jeje. Terminada la operación destrabe, pudimos seguir adelante, Sabas, Topete, Quique, Hojas y yo. Confiados en que el grupo seguía más adelante, tanto que ya no los veíamos y en un par de ocasiones hasta dudábamos del camino que llevábamos. Afortunadamente, como en película de suspenso, en el momento en que los héroes (osease, nosotros) estábamos a punto de sucumbir encontramos la marca que nos salvaba y nos guiaba en la dirección correcta.

Es increíble como parece tan sencilla una ruta aquí. Desde lejos todo se ve tan “liso”, y cuando vas en pleno sendero, se entrecruzan vetas de camino, otros senderos, y caminos falsos que si no estas listo, puedes acabar a kilómetros de la ruta trazada. Y más si vas maravillándote con la espectacularidad de los paisajes, de las tomas. Sencillamente, sorprendiendo a nuestra imaginación con más escenas como sacadas de cuentos y historias épicas. Ni que decir cuando te imaginas a aquellos que nos precedieron y de alguna forma descubrieron como lograr sobrevivir en estos parajes… y no lo digo sólo por los españoles, que eran sobre todo guiados por la ambición de leyendas cubiertas de oro sino antes más… los nativos que llegaban del norte y decidían quedarse en estos parajes antes de seguir sus caminos al sur.

Iba yo siguiendo un sendero, confiado en que era la ruta correcta, lidereando la barredora cuando ví a lo lejos otro ciclista detenido en el inicio de un repecho, me voy acercando con la confianza sólida de que vamos por buen camino y descubro que es el Moy (Moisés cuando no lo conoces). “¿Todo bien?” – la frase universal del ciclista de montaña. Es nuestro, saludo, nuestra marca, nuestro deseo hacia nuestros compañeros de aventura. “Finalmente se ponchó Roger” – así me respondió señalando a la rueda trasera de su bici. No hizo falta más, me detengo para ver cómo apoyar y conforme van llegando Topete, Sabas, Quique y Hojas se van deteniendo con el mismo objetivo. ¿Se dan cuenta de lo rápido que podríamos convertir a México en un mejor lugar y el mejor país? Siguiendo simples aprendizajes que nos da rodar en la montaña… sin comisiones, sin tiempos extras o pensar en el camino fácil, vimos a un compañero de rodada (otro ciudadano) y sin esperar respuesta te detienes a ayudar, así de fácil. Nos tomo tiempo y viéndolo a la buena fue un buen momento de la rodada.

Porque es en estos momento donde los lazos entre el grupo se fortalece, y vamos conociéndonos de a poco, entre la plática, la anécdota y las bromas.

Es la magia de rodar.

Hojas, Quique, Topete, Sabas, viejos lobos de mar en esto del MTB llegados de Jalisco, yo, un inmigrante en tierras potosinas y Moy, un ciclista de montaña desde hace muchos años en estos lares.

Un breve video, demostrando que siempre estamos listos… aunque no parezca, y que cada eventualidad es un gran condimento para el banquete que es rodar!:

No fue necesario una dinámica de romper el hielo, la integración se da rodando juntos y sabiendo que nos alimentamos de la misma pasión por encontrar caminos, descubrir rutas y compartir con nuestros amigos, sean de aquí, de Jalisco, de Morelos, de Queretaro, de Bolivia, de Francia o de Tinbuktú!! Entre todos, arreglamos la llanta ponchada de la baika de Moy, platicando en medio de la nada y sembrando las semillas de nuevas amistades unos y creando nuevas otros.

Así es esto…. Ya lo leyeron, ahora pasemos la voz y que todos se enteren… así es como podemos sacar a este “H” país de donde está, sin mañaneras todos los días, aunque eso sí, casi todos los fines de semana, jeje.

Bien, seguimos rodando un par de cuestas (lomitos diría aquel), y nos fuimos acercando a la gran sorpresa de un bajadón como pocos!, diría el Hojas. Y sí, fuimos acercándonos a una garganta entre dos montañas, digna de un banquete para los geólogos. Y la vereda se convirtió en un sendero que se angostaba, y se inclinaba hacia abajo en algunos trechos, en los que sinceramente, yo me bajaba y los pasaba pie a tierra. Pero sé que muchos de nuestros compañeros de ruta, la debieron haber bajado como se debe y la disfrutaron como niñ@s en jugetería!!! Ya vi algunos videos y fotos.

En fin. La retaguardia del grupo bajamos y nos encontramos que los Ixtlanenses estaban ahí esperándonos. Ya incrementando el número de la barredora continuamos la ruta, ahora por una terracería que nos llevaría al empedrado que era la penúltima etapa antes de alacanzar nuevamente el túnel de Ogarrio y culminar nuestro reto. Tomamos la terracería con furia, esforzándonos quizás un poco de más de lo debido, si hubiéramos sabido que aún faltaba hacer esfuerzos, aunque solo faltaran unos 15 kilómetros de la ruta.

Llegando al empedrado , no lo sabíamos pero todavía habría que rodar en esos últimos kilómetros casi 600 metros más hacia arriba, cruzando el angosto valle que lleva a los viajeros desde Cedral (en la puerta del altiplano) hasta el famoso túmel de acceso a Real de Catorce. Pues bien, ese tramo es un falso plano, no me pregunten cómo pero yo no veía una subida como tal, pero íbamos subiendo, subiendo, subiendo…

Son esos momentos en que se prueba a los ciclistas. Ahí cada uno nos enfrentamos a nadie más que nosotros mismos. La belleza del lugar de repente queda en un segundo lugar y lo principal es encontrar la manera de convencer a mi propio cuerpo de obtener la mayor cantidad de energía con los muy limitados recursos con los que a esa altura de la ruta cuento. Seguramente mis azúcares ya están extintos y siento que la reserva de agua, electrolitos y sales esta al límite, mis labios están secos, paso mi lengua sobre ellos pero sólo queda un sabor a sal y polvo. Y con todo eso, mi rostro sonríe, no como un reflejo involuntario, sino por simple consecuencia de la fiesta que llevaba dentro de mí, la de mi espíritu completamente lleno por todo lo vivido desde las 7 de la mañana. Pedaleo y pedaleo, bajo la relación a una más ligera sin entender muy bien porqué no avanzo como se supondría. Veo la vereda que voy cruzando y no veo que suba pero igual me canso. Para acabarla, las nubes se han ido a tomar el té o quien sabe, y me dejan con la acalorada compañía del sol. Empiezo a sudar, y ahora noto que mi ánfora se esta quedando vacía. Y mi camel ya esta limpia. Alcanzo a un par de compañeros y los paso, pero el pueblo Potrero aún se ve lejos. Veo a lo lejos a otro ciclista, en este caso una ciclista. Y aunque no la identifico se convierte en mi compañera de rodada los últimos kilómetros antes de llegar al poblado de Potrero, y finalmente alcanzar al grupo con que arrancamos cerca de 6 horas antes.

El grupo retomaba el camino hacia el túnel Ogarrio, la última etapa podríamos decir. No más de 1,500 metros kilómetros, y nada más 100 metros de altimetría… o sea, que era una pendiente bastante pesada para terminar… pero ya no importaba si caminabas un poco o rodabas hasta el ardor de tus músculos, ya estábamos a “tiro de pierna”. Fuimos dejando el Potrero de poco a poco, hasta que la final volvíamos a ser la barredora, el estimado Hojas y yo. Escuchando los gritos de ánimo de Fer Sainz y otros que nos gritaban desde el parador de entrada al túnel Ogarrio. Lo habíamos logrado. El reto Wirikuta en Real de Catorce, estaba llegando a su fin. Hojas, Pancho, Moy, Gaby (ahora, “la srita. Viento”), Quique, Topete, Oscar y Gaby, Norma, el Arky, Rafa, Laura, Fabiruchas, El Cuajo, Nefta, Estrella y muchos más habíamos completado lo que nos habíamos propuesto. Y de paso volvimos a demostrar lo que es el espíritu del ciclismo de montaña… juntos salir, juntos llegar, juntos divertirnos y compartir lo que la naturaleza y dios mismo nos dejo aquí, preparado simplemente para que lo pudiéramos vivir, atesorar y llevar de vuelta a nuestros queridos y conocidos, al siguiente día, cuando volviéramos a nuestros lugares a continuar viviendo, esperando por volver a montar en nuestras bicis y volver… a rodar!

Azul y verde

Y muchos otros colores que parecieran no existir, están ahí. Simplemente hay que tomar la bici y rodar unos minutos por las calles de mi ciudad hasta que éstas se convierten en un sendero que bordea una presa. La cañada del Lobo enmarca la presa que lleva su mismo nombre. No he revisado a detalle el origen de la presa, pero creo que era un repositorio de algún manantial y la cuenca natural de los escurrimientos de la frontera noreste de la Sierra de San Miguelito, antes de que su hilo de agua desembocara en lo que ahora es la calzada de Guadalupe, y el centro de San Luis Potosí capital.

Bellos lugares como este no hay muchos. No es necesaria aquí la exuberancia de la huasteca, es asimilar la humildad de estas tierras que con poco ofrecen mucho.

Aquí, apenas pasando la presa, se asoma una trepada que de tan solo verla ya te saca el aire…
Pagando el precio de la trepada, entre rueda y pie a tierra, viene el disfrute de una vista, tan lejana y tan cercana para los potosinos…
Una ventana al cielo con los pies bien puestos en la tierra, dirían algunos…

El azul y el verde son tan solo el marco en el que tonos marrones, cafés, blancos dan forma a mezquites, magueyes espadines, palmas pita y aún pinos comparten el terreno con biznagas, nopales y hasta caballos, que tranquilamente pacen en silenciosos planos entre cañadas.

 

Un maguey espadín, aquí tomando el sol con su arbusto amigo y una miriada de rocas, producto de miles de años de sol, viento y agua…
Aprovechando un hueco en las nubes, tomo la luz del sol prestada para esta toma… de lo rodado
Pinos enanos, encinos pigmeos, cactus, rocas y a lo lejos, la ciudad. Así me gusta… que lo primordial sea lo natural… o no?
Aquí estos amigos, gozando unos momentos de plácido desayuno, seguramente de la misma forma que hace cientos de años lo hacían sus antepasados, los primeros que habían llegado de la vieja Europa

Mi espíritu se expande al ver a mi alrededor, en mi mismo campo de visión los cerros que bajan a la ciudad, más secos y cubiertos de algunos arbustos y las montañas que se alzan cubiertas de arbustos verdes y pinos enanos… que dicha!

La ciudad, arrogancia por crecer = desarrollo mal entendido
La sierra, honor y lucha por prevalecer y darnos razón de ser… y estar

Así la vida nos regala a diario momentos, simplemente hay tomarnos un poco el tiempo para voltear a cada lado, si, quizás un poco de esfuerzo de nuestra parte, pero qué? de eso se trata vivir no es así? La vida es movimiento y no sólo estar sentado en un sillón.

Ro

Biznaga

Bellezas extrañas dirán algunos, peligrosas plantas dirán otros, la biznaga nos ayuda arrancar éstas líneas. Para mí esta cactácea es una muestra de los secretos que encuentro en cada rodada. Planta digna de un pasaje de ciencia ficción. Hermosa en su esencia, peligrosa en su humilde apariencia y en su aparente bajo perfil.

Sencilla pero adusta y agresiva ante quien no la respete.

 

Como en el ciclismo, a la larga la falta de humildad y respeto cobra.

Rodar en la montaña, en la pista, en la carretera no es tanto quién más o menos, es compartir una pasión y una manera de ver el mundo. Sin vidrios, sin cinturones de seguridad, sin carriles. Es el respeto y la inclusión la que hacen que rodar sea más que un deporte, un estilo de vida.

Podemos salir a las tortillas, a la escuela, al trabajo y en cada ocasión descubriremos algo nuevo cuando vas en bicicleta, al igual que esos fines de semanas vas encontrando nuevos amigos, nuevos paisajes, otros amigos y una que otra historia igual a la anterior pero “actualizada”. La magia de ser uno con esas dos ruedas, un manubrio y un sillín, en donde tienes que mandar y obedecer a la vez, esa aventura nos llena de logros y alimenta retos, nos regala un poco más de vida y da un poco más de espacio a nuestro espíritu….

O no?

Rodar

Rodar, suena simple, algunos quizás se acordarán de KungFu Panda 3 y la aldea de pandas…

Rodar, es así y puede ser más complejo, eso depende de cada quien

Rodar, es para unos salir de su cotidiano y apartarse para llegar a algún otro lugar.

Rodar, es para otros, más bien llegar al lugar que para ellos es el real y al cuál ansían regresar

Rodar, es una bicicleta, una vereda, un pedalear y dejarse llevar

Rodar, es verse con amigos de ocasión, e inventar una razón para salir a tomar… consejos

Rodar, es inventar una razón para perderse unas horas y soñar que el mundo es algo más

Rodar, es encontrar un porqué para regresar al mundo con nuevos bríos y capaz que cambiarlo

Rodar, es un manubrio, un par de ruedas, un casco, unos guantes y aguante para llegar

Rodar, es un amigo, una amiga, un grupo, un equipo, un esfuerzo y el tesón

Rodar, es no dejarse, continuar aún con cansancio, una caída, un susto, es seguir la senda

Rodar es ante todo para mí, un estilo de vida, porque no es algo aparte a mí, no es una actividad más que agrego a mis días, es una forma de moverme por la vida, es una manera de ver mi andar, es un cristal a través del cual descubro maravillas de este mundo y si, también de la gente que pasa a mi lado. Es ver mis acciones de una manera más humana, más cercana a lo que me rodea, escuchando de cerquita (Jalisciense, claro). Es sentir el aire mientras recorro mi ciudad (San Luis Potosí por el momento). Es ver de frente a mi prójimo, en la acera, esperando el semáforo, a través del cristal de un auto o de una casa, caminando por el parque o compartiendo la calle o el sendero conmigo por un momento.

Rodar es ver esta foto y ver más allá de la marca de la bici, ver más allá de un lienzo de piedras que tiene años ahí, es ver más allá de los nopales, los arbustos y la tierra roja (como la arcilla de mi bosque La Primavera o Tapalpa). Es descubrir que mi andar viene de más allá de esas montañas que se ven ahí, y que sé que allá hay otros que comparten mi sentir y en ese mismo momento están viendo hacia mí sin saberlo pero con consciencia de hacerlo, y eso nos hace ser más, y eso alimenta la esperanza de que este lugar si nos merece y podemos seguir aquí aprendiendo a amarlo sin destruirlo, conocerlo sin acabarlo, compartirlo sin pelearlo, cuidarlo sin separarlo…

Rodar, es esto y mucho más… chido sería que se motivaran con esta lectura a agregar una frase más

Ro

Al mirador de Techaluta y de regreso…

¿Cuántas veces habré ya rodado estos caminos y terracerías? He cruzado estas colinas y estos valles muchas, muchas veces… y cada vez es como si fuera la primera vez!!!

Tomo mi bicicleta, me impulso a mi mismo en los pedales y tan solo dejo que el camino me lleve hacia adelante, más allá de mis deberes urbanos, lejos de los falsos dioses. Al principio, mi cuerpo protesta por empezar a moverse, mis músculos se quejan por el esfuerzo que les estoy pidiendo, pero pronto es mi alma quien toma el control y me lleva a mi propio ser a otro nivel de vida.

¿En dónde estoy? Estoy en los alrededores de Atemajac de Brizuela, un hermoso pueblo cerca de Guadalajara y afortunadamente uno que todavía esta escondido para los turistas. Aquí pueden encontrar todavía una forma genuina de la manera de vivir en los pueblos y villorrios de la región sur de Jalisco. Viejas casas de adobe, calles todavía empedradas, y la gente del pueblo compartiendo su vida entre las fiestas religiosas (y tienen muchas) y el preparar o trabajar las tierras de cultivo así como ordeñando vacas o llevándolas a pastar.

El tiempo parece haberse detenido aquí. Todavía hay gente que prefiere seguir moviéndose en caballos entre los ranchos y algunos de nosotros aprovechamos para rodar en bicicleta utilizando esos caminos rurales, algunos de los cuales nos llevan a ascender a las cimas de las montañas o tomar buenas bajadas desde las colinas a alguno de los valles que cubren este espacio de mi tierra y mi tiempo.

Esta vez, yo inicié  mi rodada en Atemajac de Brizuela y fui al mirador de Techaluta (una rodada de unos 16 kms). No estoy seguro de poder plasmar lo que vi en el trayecto y los sentimientos que surgen cuando contemplo estas hermosas vistas. El mirador es un de los puntos más altos en estas montañas y puedo ver las lagunas secas de Sayula y San Marcos. Y más allá en el fondo de esta postal, en lo más lejano de mi vista, veo al más alto guardián  del oeste, “El Nevado”.  Es mi testigo silencioso de que llegué, y pareciera estar sonriendo en honor al esfuerzo de mi cuerpo y de mi alma, que llegaron hasta aquí luego de casi 2 horas de pedalear entre pinos y encinos, cruzando planicies donde las vacas pastaban y en donde pequeños conejos silvestres regresan espantados a sus madrigueras luego de que los sorprendiera a mitad del camino rodando sobre mi bicicleta.

Ro

Ánimo que la semana empieza

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Mucho se ha rodado ya… aún mas nos queda por cruzar, por trepar, por bajar, por compartir… por disfrutar.

Sea en las calles, sorteando baches, superando topes, eludiendo conductores con síndrome de negación al cambio…

Sea en la brecha suburbana, con el charco de temporal, superando perros enjundiosos…

Sea en la montaña, viendo desde una persepectiva diferente el andar de la ciudad, de la sociedad…

No importa como sea que ruedes, lo importante es rodar y con ello demostrar que la vida desde otros modos y gustos se puede disfrutar!!!

Feliz inicio de semana!

Ro