Rodar es… ver un mosaico de ciudad.

Rodar es … (recuerdo aquellas etiquetas que coleccionaba mi tía hace unos … 25 años!) pasar el tiempo haciendo algo que a uno le llena.

Creo que si esos que se suponen son autoridad y ven por el bien de una comunidad (sic) asumieran el reto real de rodar por la ciudad por la que dicen velar más de la mitad de las veces que usan el automóvil, las ciudades tendrían otro rostro, veríamos la amabilidad y sensatez por cuidar nuestro entorno en cada rincón de cada urbe.

Rodar permite ver el mosaico que conforma a una comunidad urbana, por ejemplo, hace algún tiempo rodaba tomando Mariano Otero, en donde aún se combina el empedrado y el chapopote de una sola pasada, ese que hizo el alcalde a la carrera buscando el voto para que su partido pudiera repetir después de él… no funcionó. Ahí, me cruzo con otros colegas ciclistas, en sus trajes de faena, listos para la mezcla y el ladrillo. Con su pequeña mochila o una morral de hace años al hombro, con el guisado y las tortillas para la comida. Veo que igual que yo sé tienden a la orilla de la calle sin más protección que la de su ángel guardián, si es que para eso alcanza hoy.

Sigo rodando y cruzo el periférico, por el puente, que (oh milagro!) cuenta con un carril para bicicletas y peatones. Por ahí voy tranquilo, me topo ahora con un anónimo jardinero en su bicicleta-triciclo, con todos sus aditamentos para embellecer los jardines de las zonas residenciales de la ciudad. Unos metros delante de mi va uno de estos trabajadores de la construcción, simulando a un Lance Armstrong urbano por que no se cómo le hizo pero logró pasar al jardinero en un espacio de unos 40 centímetros, entre el la llanta derecha del triciclo y el muro de contención del puente. Yo no llevo prisa, así que me mantengo atrás al ritmo del jardinero que sin embargo, el percibir que me acercó, se detiene y orilla y con un ademán de su cabeza me indica que pase.
– Buen día! – le saludo
– “Bns ias!” – Me contesta, entre sorprendido por mi saludo y el resoplido por haber alcanzado la parte alta del paso. Eso sí, esta vez me regala también una sonrisa medio escondida entre sus innumerables arrugas.

Sigo mi camino y alcanzo uno de los puentes peatonales que cruzan la “gran” avenida Lopez Mateos, convertida usualmente en viaducto pero casi siempre la más larga vía lenta del sur de la ciudad. Este puente es un termómetro de la sensatez de los ciclistas, y me da gusto ver que cada vez es más común ver a colegas sobre ruedas, desde los albañiles, hasta los jóvenes estudiantes que se mueven también entre el agresivo transito de las afueras hacia la universidad. Como ese “güero” que en bermudas o con su “backpack” baja unos segundos que yo del puente y sigue su camino raudo y veloz por las callecitas de esta colonia pegada al periférico sur.

Así veo en un mismo camino diferentes personas que comparten el mismo modo de moverse, quizás algunos a fuerza, otros no tanto. Sabiendo o no que por el día de hoy los cuatro o cinco estamos colaborando para que allá cuatro o cinco vehículos automotores menos en esta agobiada ciudad. Estamos ejercitando nuestros cuerpos y hasta obteniendo algunos beneficios para poder vivir una vida algo más larga y sobre todo con calidad. No pensamos en que nos vayan a atropellar, así como un conductor no se sube a su carro pensando en chocar. Yo subo con el deseo de seguir viendo colegas, porque de ellos puedo aprender, al menos existe la posibilidad de saludar a alguien más que no conozco mientras recorro mi ciudad.

A rodar! (ya cada día, estoy más cerca de volver a hacerlo)

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